Sacheri se caracterizó por ser primero y como
profesión y deber de estado, un filósofo. Como tal estudió, meditó y contempló
la Verdad, se doctoró, enseñó a nivel de investigación, a nivel universitario y
de divulgación. Su especialidad fue la filosofía práctica, esto es, la
filosofía de las cosas humanas, del actuar del hombre. Estudió científicamente,
como filósofo de profesión, el acto humano. Desarrolló con excelencia las
«técnicas de acción apostólica». Sintió a lo vivo que el amor a la Verdad se
manifiesta viviéndola, y la encarnó como nadie, viviéndola, enseñándola
positivamente y combatiendo el error. Combatió el error no sólo en sus
principios, sino en sus aplicaciones… Hombre con capacidad teorética como el
que más. Hombre de pensamiento como nadie. Y hombre de acción… ¡Qué discípulo
de Santo Tomás: «Transmitir a otros lo contemplado»! Hasta la muerte.
Literalmente.”
Así ocurrió su muerte, el 22 de diciembre de 1974,
según lo cuenta su hijo mayor. Acababan de salir de Misa y regresaban al hogar
junto con su mujer y sus siete hijos: José María el mayor, de 14 años (autor
del relato), María Marta, Cecilia María, Pablo María, Inés María, María
Cecilia, María del Rosario y Clara María, la menor, de 2 años, más tres
amiguitos: Fue un domingo a la mañana temprano. Mi madre pasó a buscarnos, con
Clara la más chica, a mi padre y a mis otros cinco hermanos, a la salida de
Misa y nos dirigimos hacia casa. Vivíamos en la avenida del Libertador. Tuvo
que detenerse para esperar que pasen unos autos que venían por la otra mano. Yo
estaba distraído. Escuché un estampido muy fuerte y pensé instantáneamente, en
décimas de segundo, que había estallado un petardo, ya que era 22 de diciembre;
faltaban tres días para Navidad. Miré hacia la derecha y vi la cara de un
hombre que hoy, pese a que han pasado más de veinte años, la tengo
perfectamente grabada en mi mente. Iba en un Peugeot 504 celeste. Cuando de
pronto escucho el grito de mi madre y veo a mi padre con la cabeza inclinada,
sangrando; todos en derredor bañados en sangre. En el asiento de adelante
íbamos mi madre, mi padre, Clara, la más pequeña de todos, que tenía entonces
dos años, en su falda, y yo del lado de la puerta. En el asiento trasero venían
mis otros hermanos con unos amigos. Enseguida llevaron a mi padre al Hospital
de San Isidro. Allí estuvo unas pocas horas en terapia intensiva, al cabo de
las cuales murió”.
Su testimonio cristiano inmaculado, como esposo y
padre de familia, amigo, investigador, docente e impulsor de innumerables
iniciativas de restauración cívico-social de inspiración cristiana, lo signó
como blanco predilecto de las fuerzas anticristianas. Tenía 41 años.
Días después de su asesinato, sus autores
remitieron una carta a la revista Cabildo, adjudicándose cínicamente el crimen,
al igual que el de otro insigne pensador católico, sucedido un mes antes:
“Nos
dirigimos a Ud. con la confianza que nos dan los dos contactos mantenidos… en
las personas de los queridísimos aunque extintos profesores Jordán Bruno Genta
y Carlos Alberto Sacheri… Enterados de la ferviente devoción que los extintos
profesaban a Cristo Rey, de quien se decían infatigables soldados, nuestra
comunidad ha esperado las festividades de Cristo Rey según el antiguo y el
nuevo ‘ordo missae’ y ha permitido que los nombrados comulgaran del dulce
cuerpo de su Salvador para que pudieran reunirse con Él en la gloria, puesto
que en este Valle de Lágrimas eran depositarios de la Santa Eucaristía…”
Su vida ejemplar y su muerte mártir, no se
entienden si no tenemos presente que “ante todo y por encima de todo, Sacheri
era un apóstol. Esa era la tarea esencial de su vida: Luchar en pro de la
consagración del mundo y del país a Cristo, para que el Señor de las naciones
reine efectivamente en ellas. En ese sentido, Sacheri era uno, católico
íntegro, idéntico con su Fe. En este tiempo de tantas traiciones, de católicos
que lo son en casa y no en la función pública, en casa y no en la universidad,
Sacheri lo era siempre y en toda circunstancia.”